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Del latín, Tempus fugit hace referencia al transcurso del tiempo de manera inexorable. Atribuida al poeta Virgilio, éste se refería a la forma en que el tiempo huye, se escapa, vuela. En ocasiones suele ir acompañada de otra expresión cuyo significado se engrandece al aparecer juntas: el Carpe diem de Horacio, que invita a vivir el momento. Así, «Tempus fugit, carpe diem», ha sido la base de numerosos movimientos vitalistas a lo largo de la historia, que apostaban por disfrutar plenamente del presente en lugar de establecer metas a largo plazo en pos de buenos o mejores momentos.
Cierto es que el tiempo parece escaparse entre los dedos. 
Igualmente cierto es que el tiempo es relativo y transcurre más deprisa o más despacio en función de la actividad que se esté llevando a cabo o del estado de ánimo: para una persona ocupada en algo agradable parecerá que los minutos pasan más deprisa que para otra aburrida, de igual modo que para alguien alegre respecto a quien esté triste. Ya lo escribía Shakespeare: «El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad». Las percepciones son, por tanto, muy diferentes ante el mismo plazo de tiempo. Un mismo hecho, pues, tiene diversas interpretaciones.
En cualquier caso, creo que debemos ser responsables y conscientes del uso que le demos a nuestro tiempo. Así, establecer una buena organización y aprender a priorizar unas tareas sobre otras habría de constituir uno de los pilares de nuestra vida. No obstante tendremos que ser flexibles para disponer de «cintura» ante los imprevistos y no castigarnos si las circunstancias no suceden como teníamos planeadas, lo cual ocurre al menos en un 80% de los casos. Me refiero a un Carpe diem parcial, porque dejar que la creatividad haga acto de presencia e improvisar, a veces puede arrojar resultados extraordinarios.
Hoy día hemos de establecer límites muy claros ante el gran ruido que nos rodea. O marcamos una ruta a seguir o irremediablemente nos perderemos sin llegar a cumplir el objetivo. Como Ulises, no debemos sucumbir a cantos de sirenas. Y para llevar a cabo un reparto eficiente de nuestras tareas cotidianas, podemos recurrir a la matriz de Eisenhower. En ella, dichas tareas habrán de encuadrarse dentro de alguna de las cuatro partes en que la matriz se divide, y actuar según grado de importancia y urgencia, es decir, ejecutarlas inmediatamente, aplazarlas para un poco más adelante, delegarlas en otra persona o post-ponerlas a mejor momento.
El tiempo es lo más valioso que poseemos y que podemos regalar a los demás, porque una vez pasado nunca volverá. Es por ello por lo que debemos emplearlo consecuentemente, ser egoístas con él. No malgastarlo en tareas o compañías que no nos aporten nada mental, espiritual, física o emocionalmente hablando. Es, por tanto, responsabilidad de cada uno de nosotros disponer o no de tiempo «libre» para aquello que de verdad amemos y deseemos. Lo demás, son excusas.
La expresión «no tengo tiempo» probablemente carecerá de sentido si nos detenemos a revisar nuestra lista de valores y prioridades. Sí que hay tiempo, lo que en ocasiones ocurre es que lo empleamos cotidianamente en asuntos que apenas suman hacia la meta que buscamos, sino al contrario. La mayoría de las veces sólo llegamos a recordar este punto cuando la vida nos sorprende inesperadamente con alguna pérdida. ¿Por qué se ha de llegar a ese momento para tomar conciencia de ciertas cosas?¿Por qué vamos tan deprisa de un lado a otro?¿Por qué no detenerse más a menudo para tomar perspectiva?
Para terminar, mencionar al maestro José Luis Sampedro, quien resume en una sola frase el sentido que ha marcado el artículo: «El tiempo no es oro; el tiempo es vida». Habrá que hacer que merezca la pena, ¿no?
Un abrazo, Rafael Ferrer.
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