
Beber sin tener sed
13 marzo, 2013
El miedo al ridículo y la bendita locura
3 abril, 2013Érase una vez un pastelero que vivía en un pequeño pueblo desde niño, y que soñaba con cocinar el mejor pastel del mundo.
Se levantaba de madrugada para trabajar en sus dulces, continuaba por la mañana atendiendo a sus clientes en un minúsculo establecimiento, y por la tarde estudiaba con tesón sobre cómo mejorar su técnica.
Al pastelero siempre le encantó aprender de los mejores. Coleccionaba libros de postres, guardaba miles de recetas heredadas de su familia y de otras familias del pueblo, amontonaba revistas en estanterías, y su ordenador rebosaba de vídeos con intervenciones de los mejores chefs reposteros. Y él, tras la jornada de trabajo, se perdía entre ellos durante horas.
Tenía unas ganas inmensas de hacer un pastel fantástico. En una libreta que siempre guardaba en el bolsillo derecho de su delantal blanco, apuntaba cualquier cosa que se le pasara por la cabeza referente a su magnífico propósito. Y el cuaderno estaba lleno de anotaciones, a punto de acabarse.
Al cabo de un par de días ya no cabía absolutamente nada en su libreta. Ni una letra. Entonces pensó que no podía seguir así. ¿Hasta cuándo seguiría apuntando ideas?¿Siempre? Era el momento de elaborar el pastel, aquel que lo iba a convertir en un hombre feliz y tal vez, también, en famoso y rico.
Esa tarde compró en el mercado de abastos los mejores ingredientes para cocinar su postre: la harina más fina, la leche más fresca, unos estupendos huevos, un oscuro chocolate, unas fresas enormes…Se gastó un dineral, aunque estaba justificado dada la importancia de su objetivo. La materia prima era muy importante, y debía ser excelente.
Después de la cena y de descansar un rato, corrió a su taller y dispuso sobre una mesa todos los ingredientes, perfectamente ordenados. Le acompañaban su cuaderno de apuntes, varias de sus revistas, y algún libro.
Por fin se encontraba frente a ellos. Era la hora de elaborar el mejor pastel que nadie hubiera hecho nunca. Estaba preparado, había estudiado durante años….sólo tenía que pasar a la acción.
Y entonces…el miedo se apoderó de él. ¿Qué pasaría si el resultado no era el esperado?¿Qué pensarían sus vecinos?¿Y si faltaba un ingrediente?¿Y si no era tan buen pastelero como creía?¿Asimilaría la derrota?¿Qué pasaría con su negocio si su pastel resultaba un fiasco?¿Qué sería de él si fracasaba?…
Así que recogió todo lo que tenía frente a sus ojos, y se marchó a la cama a dormir un poco más. Durante la semana siguiente fue empleando y desperdiciando los ingredientes en hornear magdalenas, hasta el último gramo.
Y el mundo se perdió el mejor pastel de la historia.
«El conocimiento sin acción no sirve de nada. La acción es la verdadera medida de la inteligencia.» Napoleón Hill
“Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto.” Henry Ford
Abrazos, Rafa Ferrer.
Seguro que me he dejado algo en el tintero. ¿Qué crees que falta?¿Estás de acuerdo con lo expuesto? ¡Deja un comentario o jamás lo sabremos!

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